DANiEL ViNcENZo
PAPA DE DioS

Mindset Coach & Mentor

DANiEL ViNcENZo PAPA DE DioS

Mindset Coach & Mentor

Mi autoridad injusta

A veces me sucede que repito momentos de discusión en mi cabeza. Momentos de conflicto o de desacuerdo con otras personas en los cuales hubiese querido comportarme de manera diferente, no necesariamente para cambiar los resultados ni nada de lo que vino después, más bien para reivindicarme.

Me ha pasado a menudo, y es que siempre vuelvo a las mismas situaciones con las mismas personas, en algunos casos tiene que ver con el trabajo, en otros con relaciones interpersonales. Pero vuelvo continuamente a lo mismo, como si hubiese algo que todavía no me cuadra del todo. Entonces repito esas discusiones simulando una nueva respuesta de mi parte.

Creo que, al menos parcialmente, mi mente propone este tipo de operaciones de manera natural como elaboración y eventual reprogramación de los hechos: me ayudan a tomar consciencia de lo que hubiese realmente querido decir en esos momentos en los que no me presté suficiente atención o no me hice caso. Sólo que, ocasionalmente, a partir de ese ejercicio me termino quedando ahí a darle cuerda. Genero variantes y contraargumentaciones como si todo se desarrollase frente a una especie de tribunal mental. Una corte encargada de dar un veredicto moral absoluto, capaz tanto de ver y entender los motivos de ambas partes junto a todos sus matices, y a la vez apta a distinguir entre correcto e incorrecto, justo e injusto.

Y es precisamente esta gran capacidad del tribunal lo que transforma eso que empezó como un ejercicio de asimilación en una simulación cíclica e interminable, como una torre en espiral con escalones infinitos pues ni conoce gravedad ni límite alguno, un loop que se repite camuflándose de empatía y ligeras variaciones. Así pueden pasar horas debatiendo mentalmente, yo contra una representación de quien ahora considero un adversario. Repitiendo en mi cabeza esa batalla en la que me sentí derrotado entonces y que aún me genera rabia o rencor, amargura y una visceral hambre de Justicia.

Hay quienes me sugirieron, hablando de estas ocasiones y mi anhelo de liberación, afrontar el perdón: perdonar a las personas que me agredieron, o de las cuales me sentí agredido, y perdonarme a mí. Entender que cada quién actúa de la manera que considera ser la mejor – según sus actuales intereses y prioridades – e intentar llegar a la causa-raíz por la cual yo mismo me puse en esa situación, permitiendo que una persona se comportara conmigo en una determinada manera e inclusive que reiterara dicho comportamiento.

Otras personas, en cambio, me invitaron a darle espacio a todo lo que sentí y lo que hubiese querido decir, gritar o llorar. Ya fuera escribiendo cartas sin filtro alguno y que obviamente luego habría de quemar o enterrar, o bien permitiendo a mi cuerpo sacarlo físicamente golpeando un cojín o colchón, temblando y sacudiéndome, o inclusive aplastando una fruta que tuviese la foto de la otra persona.

Sí, hay muchísimas posibilidades.

Y en todas estas posibilidades siento que, para mí, algo crucial faltaba. Algo debía faltar necesariamente pues, aunque haber actuado todos los consejos recibidos ayudó a tomar consciencia y sentir mayor serenidad, el debate infinito volvía a presentarse en mi cabeza.

Hasta que un día

No, bueno, era de noche cuando sentí una realización y fui franco conmigo.

Me costó, pero logré admitir que ese tribunal era yo, y eso fue clave. En el instante en que me permití reconocerme en ese tribunal imaginario, surgió natural la pregunta: ¿Por qué estoy intentando convencerme o persuadirme a mí mismo?

Y de ahí la pregunta misma se fue revelando y desenvolviendo:

¿Por qué me estoy justificando conmigo mismo?

¿Por qué considero que hay algo que se debe justificar?

¿Por qué le doy razón a mis adversarios o considero escenarios en los cuales darles razón?

Yo mismo no estaba de acuerdo conmigo. Yo mismo no me había escuchado cuando viví realmente cada una de esas adversidades y discusiones. Muchas veces escondí o edulcoré lo que realmente pensaba o sentía, o permanecí en situaciones que iban contra mis valores y contextos donde realmente no deseaba estar. De nuevo, con mi tribunal, estaba cayendo en la misma trampa. En esas simulaciones yo invalidaba mi voz y mis acciones buscando al mismo tiempo una verdad objetiva, es decir una validación externa. Seguía repitiendo esas escenas modificando los diálogos, alterando ciertas reacciones, como para convencerme a mí mismo, a mi autoridad, de que cuanto yo quería realmente decir o hacer estaba objetivamente justificado. Aunque mentalmente, conceptualmente, yo sabía que no hay verdad absoluta ni un Bien y un Mal universales, por mucho tiempo busqué un veredicto indiscutible. Inconscientemente yo deseaba un juicio final ante mis pasados dilemas, una razón totalitaria que respaldara mis motivos.

Pero, precisamente, mis motivos eran y serán siempre sólo los míos. Mientras la vida implique transformación, la coexistencia implicará contraste y diferencia sin ofrecer explicación por ser lo que es.

Quizás sea buena idea definir y acoger nuestros propios intereses y nuestras prioridades, con consciencia y pasión, y dejar de condenar a los demás por hacer lo mismo. Siempre encontraremos quien no comparta nuestra visión del mundo, inclusive quien percibe y siente diferente. Pero seguir discutiendo mentalmente con fantasmas, paralizar la propia vida por residuos de lo que fue, en nombre del espectro de la Justicia es innecesario y agobiante sólo para quien lo practica. Esa misma energía, ese tiempo, ese sentir pueden ser mejor canalizados en reírnos o reflexionar cómo cambiar una situación actual concretamente, o cualquier otra actividad, ya sea por ejemplo leer un artículo en un casual Blog por internet en el cual dejo un casual comentario y que casualmente comparto con mis contactos. Ejemplo súper casual.

Esto no significa que no sea frustrante esa sensación de incompatibilidad o los problemas que surgen junto a la dificultad de comunicar y conectar. No significa tampoco abstenerse de considerar a los demás, incluidos quienes piensan y sienten diferente. Buscar el dialogo y ocasiones para trabajar en equipo es hermoso, también lo es la consciencia que, aunque estemos conectados en espíritu y otros cuerpos sutiles, no siempre nos la vamos a llevar bien.

Esta es sólo una invitación a escuchar tu propia voz sin necesidad de escusas o justificaciones, sin prejuicios ni ecos de una autoridad externa, sin tener que responderle a la Justicia de otros. Y a recordar que el conflicto y el combate también son hermosos, pero esa es una historia para otro día.