Cuando pienso en estas aguas hay tres cosas que inmediatamente llegan a mi cabeza: fue la época en que empecé por primera vez un proyecto de emprendimiento solo, fui a Colombia en diciembre para pasar Navidad y Año Nuevo con mis padres tras 10 años que no sucedía, y conocí a quién se reveló ser mi mejor aliada.
Todo eso hizo parte de aquel periodo en que las cosas continuaban a mejorar desde todo punto de vista, y yo seguía aprendiendo. Finalmente me estaban respondiendo viejos contactos para nuevos proyectos tanto de teatro como del sector audiovisual, mi creatividad fluía y me sentía estimulado, mi familia y mis amigos estaban bien, y yo sentía tener siempre mayor claridad con respecto al camino que se presentaba ante mí. Sentía asimismo que había una fuerza mayor que me guiaba y protegía: todo salía bien, todo fluía, pues yo estaba haciendo bien las cosas.
Nunca me habría esperado todo lo que llegó después. Es increíble como un cambio significativo sucede realmente en un instante, solemos pensar que las cosas grandes requieren de mucho tiempo y que sólo durante los años se pueden ver los resultados. Pero a fin de cuentas basta un instante, una decisión, una toma de posición, un momento en que decimos sí, acepto, o ya no más, o el momento en que alguien deja de hablar, y en que el silencio nos entra hasta los huesos peor que el frío invernal.
En tan solo un verano todo cambió de ritmo y tono, un verano donde Ella me necesitaba, pues su mundo había cambiado de repente y así, inevitablemente, también el mío. Cuando a su mundo se le había caído el suelo, como solía decirme, y mis inseguridades se cruzaron con las suyas. Nuestras sombras se conocieron y enlazaron, quizás por primera vez, y entonces las cosas ya no se sentían fáciles o fluidas. Las aguas empezaron a agitarse y parecían ahogarnos en nuestros intentos de comunicar, de conectarnos. Cada intento de acercarme a ella parecía generar el efecto contrario, como si nadara hacia la orilla y cada brazada me llevara en vez hacia el fondo.
Algo no estaba bien y eso me asustaba. ¿Había hecho un paso falso quizás? Pero, ¿Dónde? O ¿Cuando?
Llegamos, finalmente, al verdadero punto de este escrito querido lector o querida lectora, a la imagen real de estas aguas turbulentas y preciosas. En el pasado yo había huido, había cerrado cualquier relación o situación al sentir que no estaba fluyendo, pensando que sencillamente no seguía el flujo armónico, por lo tanto, no habría de ser. Como en aquellos mitos y cuentos antiguos donde los personajes sufren y nada les sale bien pues se han salido de su rol o intentan navegar un camino que no les pertenece. Así, yo habría cambiado mi rumbo por mi cuenta, hasta encontrar a alguien más u otros compañeros de viaje con una nueva meta.
Esta vez casi repetí dicha costumbre, casi. Esta vez fue distinto, gracias a Ella, y gracias a una voz dentro de mí que con ella resonaba, intentando gritar sofocada ¡Quédate!. Así pude ver. Pues lo que parecían ser tormentas tóxicas, eran en realidad la danza entre nuestras sombras, y fue precisamente desde ahí que conseguimos las herramientas para construir nuestra vida, los fundamentos de nuestra relación, para construir el terreno fértil donde afrontar nuestras heridas juntos. No fue fácil, ni tenía yo esta consciencia o claridad en ese entonces. Hubo diferencias, hubo momentos de distancia y sensaciones de abandono. Y lo agradezco todo, le agradezco a Ella como también a mí por haber hecho las cosas de manera diferente. Pues gracias a estos transcursos comencé a ver todas las cosas con ojos distintos, como con la mirada limpia y una percepción más profunda. Me di cuenta que al buscar tanto aquel fluir en cada evento o relación, me estaba perdiendo yo mismo de vista. Porque, de esa manera, la sensación de fluidez adquiría mayor importancia que la experiencia misma, como si la prioridad fuera mantenerme en un camino que se sintiera siempre armonioso, donde todo encaja.
En un contexto que a menudo entrena nuestras mentes a concentrarse en los resultados, siempre he creído profundamente que es crucial gozarse el camino sin obsesionarse únicamente con la meta. Estas aguas me ayudaron a entender que también es fundamental no fijarse con un camino que adhiera siempre a nuestro concepto de armonía o de fluidez, pues en mi caso esto empezó a conformar una zona de extremo confort. Con esta mentalidad, sin darme cuenta, renunciaba a mi Poder y condenaba a mi propia Fuerza.
Al asumir que una sensación de fluidez y facilidad significa que una entidad divina conecta conmigo, y por lo tanto logro manifestar, estoy subordinando mis deseos y objetivos a este nuevo y sutil concepto de Bien buscando una cierta aprobación cósmica. Pues, según esta lógica, sólo con dicha aprobación fluyen las cosas, y es entonces que nos sentimos bien y adquirimos lo más cercano a un súper poder contemporáneo. En dicho caso estamos permitiendo que esta dinámica determine nuestras acciones y elecciones, y al mismo tiempo nos lleva a condenar las dificultades e idealizar la comodidad. Pues cualquier cosa que requiera un esfuerzo que parezca incómodo, o que necesite de un movimiento que se salga de nuestra definición de armonía, termina siendo considerado tóxico, que no ha de ser, porque estamos forzando las cosas y deberíamos simplemente soltar.
Menos mal que atravieso aguas profundas, las que podemos explorar en su infinita riqueza, que me invitan a elegir netamente y a agarrarme bien fuerte a lo que amo, pues no son quietas.
Quise concentrarme en el rol que tuvo mi relación con Ella en este gran proceso pues, aunque hubo otras adversidades que me sacudieron y llevaron a interrogarme, amistades que despedí y experiencias laborales irregulares, siento fue el principal acelerador de muchos movimientos que me llevaron todos a esta misma conclusión.
Identifiqué y me liberé de viejos patrones a través de mis acciones y elecciones. No fue ni es algo que sucede de un día para otro, porque no se trata de cambiar o arreglar algo, es algo que se trata de elegir cada día: escoger cada instante, sin temor ni ambigüedad, en vez de vivir pasivamente las consecuencias de nuestras decisiones pasadas.
Gracias, querido lector, querida lectora, por haberme acompañado en este relato, para el cual me tomé más espacio de lo que había previsto.
Te deseo que nunca renuncies a tu poder y fuerza, a tu libre albedrío sólo ante un aparente flujo.
Daniel Vincenzo Papa De Dios